Ana caminaba bajo el sol ardiente de un miércoles al medio día por la Avenida Ponce De León en Santurce, mientras hablaba por celular con su jefa sobre algún asunto irrelevante de su vida personal. A la vez, Ana buscaba desesperadamente en su cartera por el regalo que recién había comprado para su hijo. Mientras contestaba desinteresadamente a su jefa y buscaba sin esperanzas en su cartera, escuchó un bocinazo y un grito dirigido hacia ella: casi muere atropellada. Pero eso no sería lo peor, porque la ganga que le pasaría por al lado dentro de cinco segundos le arruinaría el cumpleaños de su hijo, Catalino, el chisme con la jefa y su salud mental…
Por cosas de la vida, la ganga encontró el regalo antes que Ana, y ella todavía no tiene idea de cómo ni qué exactamente sucedió. Además, tampoco sabe dónde está…
Hace dos días Ana estaba en su casa, en el oasis llamado Los Faroles en Bayamón, una urbanización casi desconocida por la mayoría de la población puertorriqueña. Su pareja, Scott, recién le había comentado para celebrarle el cumpleaños a Catalino en un parque de trampolines, que con tanto afán llevaba pidiendo ir desde hace meses. En la conversación, Ana y Scott quedaron en hacerle un regalo especial a Catalino, para revelarle cuáles eran realmente sus raíces y confesarle que era adoptado. Sería el regalo más auténtico, especial y original del mundo.
Luego de la conversación, Ana y su familia se sentaron a la mesa para el desayuno y hablaron sobre sus planes del día. Ana tendría que presentar una nueva línea de moda para la colección de invierno, Scott presentaría los resultados finales de las ventas de los productos del Clásico Mundial de Béisbol y Catalino entregaría un dibujo sobre su comida favorita a su maestra de cuarto grado. La familia Zepeda salió a la conquista del mundo.
Cuando Ana llegó al trabajo, una agencia de moda en Ciudadela, Santurce, le entregó la carpeta con los diseños de moda para el invierno a su jefa, Melanie, mientras le contaba sobre el regalo que le quería hacer a Catalino. Melanie ojeó los diseños, ordenó que se comenzaran a crear las piezas y le dio una tarjeta con solamente un número telefónico a Ana. Ninguna lo sabía, pero ambas habían aceptado una condena al llamar al número telefónico y darle el día libre al equipo de diseños de Ana.
Emocionada, Ana llamó a Scott por celular, quien afortunadamente ya había terminado su presentación del trabajo, y hablaron sobre el sitio que Melanie había recomendado. Aunque siempre indicaban una localización distinta cada vez que se llamaba al número telefónico, Ana decidió ir sola, ya que ella tenía un buen nombre en la industria de la moda y, al lugar que iba, parecía ser de fanáticos del trabajo de Melanie.
Cuando llegó al edificio abandonado que le habían indicado, un niño vestido con la colección de otoño de Ana del año pasado, le entregó un escudo y un bastón. No hubo oportunidad para hablar ni dudar de lo que estaba pasando. Ana tampoco tuvo que realizar un pago. Al parecer, Melanie ya había resuelto todo eso. Confundida, pero satisfecha, Ana salió del edificio, llamó a su jefa y la escuchó hablar desinteresadamente sobre algún asunto que no venía al caso.
En algún momento de la caminata de vuelta a Ciudadela por la Ponce De León, Ana perdió los regalos que le había entregado aquel niño misterioso. Ana comenzó a buscar en su cartera, casi muere atropellada y vio que una ganga se le acercaba.
Aunque parecían ser amenazantes, era una ganga de niños. ¿Qué mal le podían hacer a Ana? Ana fue prima ballerina puertorriqueña hasta que en su último performance se lastimó la rodilla y se vio obligada a dejar ese lado del mundo del espectáculo. Condición física tenía, siempre y cuando no la atacaran a las rodillas; o sea, a la altura misma de los niños. Cuando la ganga se acercó a Ana con el escudo y el bastón en mano, la patearon por las piernas, le amarraron por las rodillas y la cargaron hasta un espacio subterráneo. Era un lugar oscuro, ruidoso y de mal gusto. Ana no sabía dónde estaba, pero una vez abriera los ojos que le vendaron a mitad de camino, reconocería todo a su alrededor…
Hace unas horas fue que Melanie dio la orden de comenzar a montar los diseños de Ana y ya había 476 prototipos de cada una de las piezas hechas. Olía a piel de animales, a tela y a maquinaria quemada. Se escuchaban gruñidos e insultos a la distancia. Ana sintió que alguien le escupió la cara y con el enojo, se quitó la venda de los ojos y rompió la tela que le amarraba las piernas. Anonadada, Ana comenzó a llorar.
Ana lloró desconsoladamente, llena de angustias y traumas por horas, mientras derrumbaba y rompía todas las piezas de ropa de la colección de invierno que estaban hechas. La ganga y el resto de los niños que trabajaban en la fábrica subterránea de Melanie se sentaron en una esquina a esperar a que Ana se controlara para entonces entablar una conversación y negociación con ella.
Nunca se llegó a controlar, pero se acercó al grupo de niños italianos y les pidió perdón, los abrazó y se sentó a escucharlos: escuchó la historia de cada uno de ellos. Nadie sabe cuánto tiempo pasó, allí no había noción del tiempo.
Luego de horas, o lo que se sentía como horas, de conversación y planificación, más de 1,257 niños salieron del mundo subterráneo de la moda e invadieron la oficina de Melanie. Melanie no estaba porque era su hora de almuerzo, pero Ana hizo los arreglos para que cada uno de ellos firmara una carta de renuncia, a pesar de que nunca fueron contratados legalmente. Y, luego de pensarlo mucho, Ana también firmó su carta de renuncia.
Ana parecía una loca con tantos niños detrás de ella, sabrán los dioses qué estaba pensando la gente. Sin ella pensarlo dos veces ni preocuparse por lo que Scott le diría, lo llamó y le pidió que reuniera a todos los padres de la escuela de Catalino para que los buscaran en la estación de tren Sagrado Corazón y llevaran a todos los niños a la escuela para que se bañaran y comieran.
Cientos de padres llegaron a la estación del tren en menos de media hora, escoltados por la policía, a quien Ana había contactado para ayudarla a atender el caso de los niños. Como Ana aprendió a hablar italiano para cuando comenzó el proceso de adopción de Catalino, ella sirvió de traductora e interpretadora de los niños. Ya en la escuela, bañados y alimentados luego de años de esclavitud, los niños le pidieron a Ana que los regresara a su país natal: Génova, Italia. Ana llamó a Catalino y le susurró al oído unas instrucciones. Catalino, con toda la felicidad y entusiasmo del mundo, gritó a los niños: “¡REGRESAREOS A CASA!”.
Luego del festejo que se formó entre el estudiantado, padres y facultad de la escuela de Catalino, el grupo se dirigió al aeropuerto de Isla Grande, donde el avión personal de Scott estaba esperado para llevar los 1,257 niños de vuelta a casa, acompañados de su familia: Ana y Catalino. No solo los niños estarían regresando a su casa, sino que Catalino aprendería sobre su historia el día de su cumpleaños en la ciudad portaria de la provincia de Liguria. Allí, se le haría entrega de sus regalos especiales.
De más está decir que Melanie se volvió loca, su compañía se fue a la quiebra y la colección de invierno de Ana no salió a la industria. La paga que Scott recibió por su presentación en el trabajo fue suficiente para que la familia Zepeda pudieran vivir unos años en Italia.
El viaje fue largo, pero los niños estaban emocionados. Catalino hizo miles de amigos, literalmente, que al igual que él, sabían hablar italiano, una extraña coincidencia que todavía no entendería.
En el proceso de conocer a los niños italianos, Catalino se sentía raro y reconocía algunas historias que ellos le contaban. Catalino experimentó su primer deja vú de camino a Italia. Recordó haber estado horas en un avión escuchando a gente hablar italiano y español, y recordó que algunas escenas del maltrato infantil y explotación laboral que sus nuevos amigos le contaban se le hacían familiar. Preocupado, se acercó a su mamá, la miró alarmadamente y lloró en su pecho hasta llegar al destino. Ya Catalino sabía que su historia de vida era otra a la que tenía.
Al llegar a Génova, el grupo de niños italianos fue recibido por sus respectivas familias, que fueron informadas de que sus hijos estaban de vuelta a casa. Catalino se despidió de su nueva familia extendida y caminó de la mano de sus padres, Ana y Scott, hasta el centro de adopción de Génova, donde Catalino Calimano, no Zepeda, fue criado.
Allí se le hizo entrega de sus regalos: el escudo de su familia y el bastón de su abuelo, guerrero italiano. Por eso, cuando el bastón se le calló de la mano a Catalino, todo el mundo suspiró del susto, porque una espada salió del bastón. Catalino Calimano quedó enamorado con su historia y le agradeció a Ana y a Scott por haberlo adoptado. Agradecido con la vida, a pesar de los males de su infancia, Catalino celebró su séptimo cumpleaños por todo lo alto.
Ana se convirtió en representante del centro de adopción y se aseguró de que todos los niños fueran a un buen hogar. Además, creó la Organización de Intervención de Tráfico Humano y, en tres años, logró detener cinco mil intentos y encarceló a más de 300 personas que representaban una amenaza para la seguridad mundial.
Ana, Scott y Catalino Calimano viajaron el mundo defendiendo a la humanidad.
Por cosas de la vida, la ganga encontró el regalo antes que Ana, y ella todavía no tiene idea de cómo ni qué exactamente sucedió. Además, tampoco sabe dónde está…
Hace dos días Ana estaba en su casa, en el oasis llamado Los Faroles en Bayamón, una urbanización casi desconocida por la mayoría de la población puertorriqueña. Su pareja, Scott, recién le había comentado para celebrarle el cumpleaños a Catalino en un parque de trampolines, que con tanto afán llevaba pidiendo ir desde hace meses. En la conversación, Ana y Scott quedaron en hacerle un regalo especial a Catalino, para revelarle cuáles eran realmente sus raíces y confesarle que era adoptado. Sería el regalo más auténtico, especial y original del mundo.
Luego de la conversación, Ana y su familia se sentaron a la mesa para el desayuno y hablaron sobre sus planes del día. Ana tendría que presentar una nueva línea de moda para la colección de invierno, Scott presentaría los resultados finales de las ventas de los productos del Clásico Mundial de Béisbol y Catalino entregaría un dibujo sobre su comida favorita a su maestra de cuarto grado. La familia Zepeda salió a la conquista del mundo.
Cuando Ana llegó al trabajo, una agencia de moda en Ciudadela, Santurce, le entregó la carpeta con los diseños de moda para el invierno a su jefa, Melanie, mientras le contaba sobre el regalo que le quería hacer a Catalino. Melanie ojeó los diseños, ordenó que se comenzaran a crear las piezas y le dio una tarjeta con solamente un número telefónico a Ana. Ninguna lo sabía, pero ambas habían aceptado una condena al llamar al número telefónico y darle el día libre al equipo de diseños de Ana.
Emocionada, Ana llamó a Scott por celular, quien afortunadamente ya había terminado su presentación del trabajo, y hablaron sobre el sitio que Melanie había recomendado. Aunque siempre indicaban una localización distinta cada vez que se llamaba al número telefónico, Ana decidió ir sola, ya que ella tenía un buen nombre en la industria de la moda y, al lugar que iba, parecía ser de fanáticos del trabajo de Melanie.
Cuando llegó al edificio abandonado que le habían indicado, un niño vestido con la colección de otoño de Ana del año pasado, le entregó un escudo y un bastón. No hubo oportunidad para hablar ni dudar de lo que estaba pasando. Ana tampoco tuvo que realizar un pago. Al parecer, Melanie ya había resuelto todo eso. Confundida, pero satisfecha, Ana salió del edificio, llamó a su jefa y la escuchó hablar desinteresadamente sobre algún asunto que no venía al caso.
En algún momento de la caminata de vuelta a Ciudadela por la Ponce De León, Ana perdió los regalos que le había entregado aquel niño misterioso. Ana comenzó a buscar en su cartera, casi muere atropellada y vio que una ganga se le acercaba.
Aunque parecían ser amenazantes, era una ganga de niños. ¿Qué mal le podían hacer a Ana? Ana fue prima ballerina puertorriqueña hasta que en su último performance se lastimó la rodilla y se vio obligada a dejar ese lado del mundo del espectáculo. Condición física tenía, siempre y cuando no la atacaran a las rodillas; o sea, a la altura misma de los niños. Cuando la ganga se acercó a Ana con el escudo y el bastón en mano, la patearon por las piernas, le amarraron por las rodillas y la cargaron hasta un espacio subterráneo. Era un lugar oscuro, ruidoso y de mal gusto. Ana no sabía dónde estaba, pero una vez abriera los ojos que le vendaron a mitad de camino, reconocería todo a su alrededor…
Hace unas horas fue que Melanie dio la orden de comenzar a montar los diseños de Ana y ya había 476 prototipos de cada una de las piezas hechas. Olía a piel de animales, a tela y a maquinaria quemada. Se escuchaban gruñidos e insultos a la distancia. Ana sintió que alguien le escupió la cara y con el enojo, se quitó la venda de los ojos y rompió la tela que le amarraba las piernas. Anonadada, Ana comenzó a llorar.
Ana lloró desconsoladamente, llena de angustias y traumas por horas, mientras derrumbaba y rompía todas las piezas de ropa de la colección de invierno que estaban hechas. La ganga y el resto de los niños que trabajaban en la fábrica subterránea de Melanie se sentaron en una esquina a esperar a que Ana se controlara para entonces entablar una conversación y negociación con ella.
Nunca se llegó a controlar, pero se acercó al grupo de niños italianos y les pidió perdón, los abrazó y se sentó a escucharlos: escuchó la historia de cada uno de ellos. Nadie sabe cuánto tiempo pasó, allí no había noción del tiempo.
Luego de horas, o lo que se sentía como horas, de conversación y planificación, más de 1,257 niños salieron del mundo subterráneo de la moda e invadieron la oficina de Melanie. Melanie no estaba porque era su hora de almuerzo, pero Ana hizo los arreglos para que cada uno de ellos firmara una carta de renuncia, a pesar de que nunca fueron contratados legalmente. Y, luego de pensarlo mucho, Ana también firmó su carta de renuncia.
Ana parecía una loca con tantos niños detrás de ella, sabrán los dioses qué estaba pensando la gente. Sin ella pensarlo dos veces ni preocuparse por lo que Scott le diría, lo llamó y le pidió que reuniera a todos los padres de la escuela de Catalino para que los buscaran en la estación de tren Sagrado Corazón y llevaran a todos los niños a la escuela para que se bañaran y comieran.
Cientos de padres llegaron a la estación del tren en menos de media hora, escoltados por la policía, a quien Ana había contactado para ayudarla a atender el caso de los niños. Como Ana aprendió a hablar italiano para cuando comenzó el proceso de adopción de Catalino, ella sirvió de traductora e interpretadora de los niños. Ya en la escuela, bañados y alimentados luego de años de esclavitud, los niños le pidieron a Ana que los regresara a su país natal: Génova, Italia. Ana llamó a Catalino y le susurró al oído unas instrucciones. Catalino, con toda la felicidad y entusiasmo del mundo, gritó a los niños: “¡REGRESAREOS A CASA!”.
Luego del festejo que se formó entre el estudiantado, padres y facultad de la escuela de Catalino, el grupo se dirigió al aeropuerto de Isla Grande, donde el avión personal de Scott estaba esperado para llevar los 1,257 niños de vuelta a casa, acompañados de su familia: Ana y Catalino. No solo los niños estarían regresando a su casa, sino que Catalino aprendería sobre su historia el día de su cumpleaños en la ciudad portaria de la provincia de Liguria. Allí, se le haría entrega de sus regalos especiales.
De más está decir que Melanie se volvió loca, su compañía se fue a la quiebra y la colección de invierno de Ana no salió a la industria. La paga que Scott recibió por su presentación en el trabajo fue suficiente para que la familia Zepeda pudieran vivir unos años en Italia.
El viaje fue largo, pero los niños estaban emocionados. Catalino hizo miles de amigos, literalmente, que al igual que él, sabían hablar italiano, una extraña coincidencia que todavía no entendería.
En el proceso de conocer a los niños italianos, Catalino se sentía raro y reconocía algunas historias que ellos le contaban. Catalino experimentó su primer deja vú de camino a Italia. Recordó haber estado horas en un avión escuchando a gente hablar italiano y español, y recordó que algunas escenas del maltrato infantil y explotación laboral que sus nuevos amigos le contaban se le hacían familiar. Preocupado, se acercó a su mamá, la miró alarmadamente y lloró en su pecho hasta llegar al destino. Ya Catalino sabía que su historia de vida era otra a la que tenía.
Al llegar a Génova, el grupo de niños italianos fue recibido por sus respectivas familias, que fueron informadas de que sus hijos estaban de vuelta a casa. Catalino se despidió de su nueva familia extendida y caminó de la mano de sus padres, Ana y Scott, hasta el centro de adopción de Génova, donde Catalino Calimano, no Zepeda, fue criado.
Allí se le hizo entrega de sus regalos: el escudo de su familia y el bastón de su abuelo, guerrero italiano. Por eso, cuando el bastón se le calló de la mano a Catalino, todo el mundo suspiró del susto, porque una espada salió del bastón. Catalino Calimano quedó enamorado con su historia y le agradeció a Ana y a Scott por haberlo adoptado. Agradecido con la vida, a pesar de los males de su infancia, Catalino celebró su séptimo cumpleaños por todo lo alto.
Ana se convirtió en representante del centro de adopción y se aseguró de que todos los niños fueran a un buen hogar. Además, creó la Organización de Intervención de Tráfico Humano y, en tres años, logró detener cinco mil intentos y encarceló a más de 300 personas que representaban una amenaza para la seguridad mundial.
Ana, Scott y Catalino Calimano viajaron el mundo defendiendo a la humanidad.